Las espadas y los sables se solían complementar con el uso de la daga para reforzar al guerrero medieval. Por esto existían las dagas de mano izquierda porque generalmente los combatientes eran diestros, es decir, manejaban mejor la espada con la mano derecha y la daga con la mano izquierda y así podían contrarrestar los golpes del enemigo.
Al portar estas armas dobladas (espada y daga) le daban una capacidad añadida al combatiente o al duelista, tanto en ataque como en defensa, lo que le confería una gran “destreza”.
Llevar estas armas dobladas podía suponer la diferencia entre la vida y la muerte, en caso de tener un encuentro inesperado.