La daga romana era conocida como el pugio de los antiguos soldados romanos, que utilizaban como un arma auxiliar. Al igual que otros equipamientos de los legionarios, la daga sufrió una serie de cambios a lo largo del siglo I. Generalmente tenía una hoja larga, de entre 18 y 28 centímetros de largo y 5 centímetros o más de ancho. Poseía un nervio central que dotaba a la hoja de resistencia y firmeza para ser clavada.
Resultaba un arma ideal para apuñalar, pudiendo con una buena acometida perforar una cota de malla. Por eso se utilizaba a modo de puñal.
El pugio o daga romana tenía un diseño anatómico en su empuñadura que lo hacía apto para su uso en combate, por su buen agarre en la parte interna de la mano, evitando su deslizamiento por el sudor o la sangre.
La vaina, como la de las espadas, eran de madera cubiertas de piel y unidas por un armazón metálico con decorados. Luego se fabricaron sólo con metal con cuatro aros de suspensión unidos a la vaina por unos clavos que atravesaban todo el conjunto. Se colgaba del cinto usando tiras de cuero que pasaban por los aros y la parte posterior de la vaina.
Las tropas celtiberas de Hispania, desde finales del siglo IV A.C., tenían unas dagas que usaron en las luchas contra los romanos y que éstos imitaron, dándole el nombre de pugio desde el siglo I A.C., destinándola como arma militar de las tropas romanas, hasta mediados del siglo III D.C.