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Espada y cuchillo de combate Hattin

La batalla de Hattin sucedió el 4 de julio del año 1187 en Palestina, al Oeste del mar de Galilea, en el desfiladero conocido como Cuernos de Hattin entre el ejército cruzado, formado principalmente por contingentes Templarios y Hospitalarios a las órdenes de Guido de Lusignan, rey de Jerusalén, y Reinaldo de Châtillon, contra las tropas del sultán de Egipto, Saladino.

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El ejército cruzado se componía de 2.000 caballeros montados, 4.000 turcopolos (arqueros a caballo equipados a la turca) y 32.000 infantes, pero a lo largo de toda la marcha fueron acosados por 6.500 jinetes ligeros sarracenos, que les infligieron grandes bajas en ataques sorpresas, escaramuzas y emboscadas. A esto se agregaron las inclemencias ambientales y deserciones, debilitando aún más a la fuerza cristiana. Durante la marcha también se les unieron unidades de caballeros cruzados de diversas órdenes monásticas.

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El calor era sofocante y la retaguardia se veía continuamente acosada por los arqueros montados de Saladino; los caballeros iban a pie, ya que sus caballos habían muerto. Guy de Lusignan estuvo de acuerdo con Raimundo de Trípoli para dar un rodeo por el pueblo de Hattin, donde se encontraba un pozo de agua. Pero Saladino mandó a sus tropas para que les cortaran el camino. El rey decidió entonces montar un campamento para pasar la noche en esta meseta. Agotadas las reservas de agua, los hombres optaron por dormir con todos sus atavíos, por miedo a verse sorprendidos en su sueño por los enemigos. A algunos cientos de metros percibían las risas y los cantos de los musulmanes, a quienes no faltaba nada.

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A la mañana siguiente, el ejército reanudó su marcha: tenían que alcanzar el pozo de agua. Las tres columnas se desplegaron entre dos colinas volcánicas, los llamados Cuernos de Hattin. Los musulmanes les seguían acosando y los cuerpos de batalla se separaron. El rey tomó entonces una posición estratégica, al pie de los cuernos de Hattin. Pero las tropas de Saladino prendieron fuego a las hierbas secas, asfixiando a los francos con el humo.

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Saladino se tomó su tiempo. Prosiguió sus ataques de acoso y no parecía tener prisa por lanzarse al asalto final. Para el rey latino de Jerusalén, no había más que una salida para abrir la vía hacia Hattin: atravesar la barrera enemiga. Ordenó a Raimundo de Trípoli cargar con sus caballeros. Taqi al-Din, sobrino de Saladino, al mando de esa barrera, dividió entonces sus tropas para abrir el paso, pero lo cerró inmediatamente después. Las tropas cristianas no habían podido seguir y Raimundo de Trípoli se encontró solo. Al verse incapaces de ir en ayuda de su camarada, los cristianos se dirigieron a Tiro.

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Los infantes habían escalado la colina norte de los cuernos, pero se encontraron entre un precipicio y las tropas musulmanas. Muchos de ellos murieron arrojados al vacío y otros se rindieron. Mientras, la caballería de Saladino había cargado contra los cristianos, que se refugiaban en el cuerno sur. Saladino escogió ese momento para lanzar el asalto final. Los caballeros consiguieron esporádicamente arrollar las líneas musulmanas, pero se vieron rechazados. Saladino lanzó el último asalto para apoderarse de la tienda roja del rey, donde se encontró la Vera Cruz, una sagrada reliquia.

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La noche del 4 de julio todo había acabado. Guy de Lusignan fue hecho prisionero, al igual que Reinaldo de Châtillon, el peor enemigo de Saladino. En su propia tienda y tal y como Saladino había prometido, le cortó la cabeza a Reinaldo de Châtillon con sus propias manos; ejecución no habitual, pues prefería utilizar a los prisioneros como moneda de cambio. Esta excepción se justificó por las masacres y asaltos que había cometido Reinaldo contra la población y las caravanas, de musulmanes, en una de las cuales se dice viajaba la hermana de Saladino, motivo por la cual Saladino había jurado matarlo con sus manos.

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